El pasado 29 de enero se público en Diario de Burgos un reportaje sobre Policarpo Díez, «El rubio». Reproducimos intregamente el texto aparecido. 

Policarpo Díez: Sueños y melodías de toda una vida

‘El Rubio de Mecerreyes’ tiene 80 años y acaba de descolgarse del cuello el saxofón tras seis décadas y miles de verbenas, pasacalles, procesiones y fiestas con su grupo, Los anises.

Se puede ser catedrático de Historia Contemporánea con un saxofón en el pecho. Y de Geografía con una bici como medio de locomoción. Y de Márketing con naturalidad para realzar y rematar conversaciones y relatos con anécdotas y gracias. Y se puede ser catedrático de la Vida gracias a la música y a más de seis décadas tocando en todo tipo de festejos por toda la provincia de Burgos y alrededores.
Respetado y admirado, Policarpo Díez, El Rubio de Mecerreyes, cumplió 80 años este lunes y pasa por ser, si no el más preparado técnicamente ni el más creativo, sí uno de los músicos más conocidos de cuantos han nacido y se han paseado por estas tierras desde la posguerra hasta nuestros días. Se ha pasado media vida en las carreteras cuando éstas no conocían el asfalto y ha tenido que dar continuidad a verbenas de madrugada con pasacalles matutinos en pueblos separados por decenas de kilómetros. Pedaleando a la luz de la luna, alimentó su estómago y su gran pasión, enredada en pentagramas y acordes.

Acaba de colgar su saxofón aconsejado por la salud, aunque se le iluminan los ojos al contar que una nieta suya, de 9 años, quiere asirse a este instrumento tan apreciado y festivo.

Ensayando con los bueyes

Desde muy joven sintió El Rubio (apodo que responde a su poblada y dorada cabellera, hoy ya plateada) la llamada de la música, a la que tributaba minutos robados al descanso y otros compartidos con el arreo de los bueyes por los caminos y las labranzas en su Mecerreyes natal, uno de los pueblos principales del sur de la provincia hace medio siglo, cuando superaba el millar y medio de habitantes.

Excelente conversador y dueño de una prodigiosa memoria, atesora entre melodías y recuerdos toda una vida de escenarios (tocó sobre carros con el tentemozo echado), de seriedad en los compromisos, de búsqueda de las pesetas imprescindibles para ahuyentar el hambre, de estar al día en los estribillos del momento, de enfrentarse a todas las canciones del verano desde mediados del siglo pasado…

Hoy echa la vista atrás con serenidad y orgullo, y entre su optimismo natural se le escapan exclamaciones sobre lo mucho que ha trabajado, sobre los pocos apoyos recibidos en su casa en los inicios («éramos 15 ó 16 hermanos, pues mi padre se casó tres veces, y me decían que no habían visto un gaitero rico», apunta), sobre los préstamos que tuvo que pedir para comprarse los sucesivos saxofones de segunda mano, sobre sus viajes en bici a Covarrubias para aprender a tocar con Isidoro Alonso Subiñas…

«Tocaba mucho, en verbenas, bailes de tarde, procesiones, pasacalles… y nunca me cansaba. Tenía el labio duro y me gustaba. Siempre me gustó la música. Además, necesitaba ese dinero. Viví en Mecerreyes hasta los 49 años trabajando en la agricultura, en la ganadería, haciendo carbón vegetal, con una granja de porcino… He trabajado mucho», señala este vecino de la avenida de la Constitución Española (carretera de Logroño), casado en segundas nupcias, con 4 hijos (uno sigue en su grupo, Los Anises, detrás de la batería) y siete nietos.


Azulejero y ordenanzaPolicarpo Díez

A finales de los setenta se instaló en la capital y entró en la desaparecida factoría de azulejos Recesa. Cinco años después cerró y tuvo que buscarse los garbanzos en otro sitio. Gracias a sus contactos y a su buen hacer, un amigo le recomendó para ordenanza en el Ayuntamiento de Burgos, donde se jubiló hace quince años. Pero no de la música, su vocación.

Antes de casarse con el saxofón, El Rubio -y con los ojos azules- jugueteó con la dulzaina y con la caja («ensayaba con una lata de escabeche mientras araba»). Dice no haber buscado nunca la diversión con mozas verbeneras tras enfundar el saxofón, ni haber dado nunca con sus huesos en el pilón: «Hay que ser formal y no meterse en líos sin saber si están casadas o solteras», comenta en el salón de su casa (con su mujer a sus espaldas). Sobre las peticiones de los vecinos, aunque no tengan razón hay que hablar tranquilamente y hacerles caso. Son mayoría, están en su pueblo y puede que no tengan sed. Los de la Ribera y los de la Sierra solían ser los más brutos».


Tiempos difíciles

Labrador, carbonero, porquero, azulejero, ordenanza municipal y, sobre todo, músico. El Rubio de Mecerreyes es conocido en toda la provincia burgalesa y en cientos de pueblos de las cercanas. Cuando desempolva sus vivencias lo hace de forma desordenada y entusiasta, poniendo siempre buena cara a aquellas penurias, a aquellos tiempos en los que los músicos comían en casa de los vecinos y dormían «3 ó 4 en la misma cama», en los que los únicos focos eran las lucecitas dirigidas a las partituras, en los que llegó a tocar hasta 17 días seguidos, en los que el baile en el salón o en la plaza del pueblo los domingos por la tarde era el momento más esperado de la semana, y los bailables la forma de acercarse a las mozas…

Una carrera tan dilatada le ha llevado a compartir escenario con cientos de músicos y tiene a gala haber recibido felicitaciones navideñas del compositor, arreglista, letrista y director de orquesta Augusto Algueró, pues cobraba derechos de autor por las numerosas interpretaciones de este «humilde y cumplidor músico», como se define Poli Díez Llamo.

Entre su primera actuación -en su pueblo, por la que cobró 60 pesetas a repartir con otro compañero- hasta la última -en agosto pasado también en Mecerreyes- han pasado 60 años, atacando pasodobles, boleros, tangos, vals y hasta la Macarena y el Aserejé, con sus frías noches burgalesas.


Las noches de verano

 

 

Ahora sus salidas tienen un aire más sosegado y unas melodías más naturales. Regresa con asiduidad a Mecerreyes, donde tiene casa y una huerta de 2.000 metros cuadrados con árboles frutales.

Este catedrático oficioso de música, de todas las músicas, ha visto evolucionar el mundo rural verano tras verano y se conoce el santoral y las plazas mayores como pocos. De pasacalles esquivando charcos a escenarios cubiertos y acondicionados; de los viajes en bici y la cena de bocadillo, a la furgoneta y hoteles; del predominio de la boina a los móviles, el iPod y el Mp4; pero siempre esmerándose en divertir a la concurrencia, en ayudarla a despreocuparse por unas horas y en invitarla a volar al arrullo de canciones eternas o de último cuño.

El Rubio bien podría haber estado patrocinado por la Diputación, o por la SGAE, pero él se queda con la satisfacción de haber trabajado duro y con el cariño que recibe de muchos de los que le trataron cuando estaba en activo y de los que alguna noche de verano soñaron en un pequeño pueblo burgalés con un lento muy apretadito o con un horizonte más abierto.

Diario de Burgos 29/01/2009 [M.S.B. – Alberto Rodrigo/ Burgos]