LAURA MAESO ALONSO. Investigadora predoctoral en Biología Molecular en el Instituto de Biomedicina de la Universidad de León y Vocal de la Junta Directiva en la rama de ciencias de la Asociación de Investigadores de la ULE, nos hace llegar su opinión – reivindicación de cómo están las cosas en el ámbito de la investigación.

Hola guiletos, muchos ya me conocéis, pero para los que no; soy Laura la nieta de Ana y Fonso, la hija de Merche o como muchos me dicen la Jorochina. Me gustaría agradecer a la web de Mecerreyes por contar conmigo para, dentro de nuestras posibilidades, reivindicar el necesario papel de la ciencia no solo en tiempos de coronavirus.

Lo primero que me gustaría es contaros “¿cómo se hace ciencia hoy en día?” El método científico se basa en el planteamiento de un problema, la propuesta de una posible solución o hipótesis y por último la generación de resultados que confirmen esa hipótesis. Los resultados de las diversas investigaciones del mundo tienen un destino final, ser publicados en revistas científicas. Estas revistas están puntuadas y clasificadas en un ranking mundial. Esta calificación se denomina Índice de Impacto y es lo que nos trae locos a todos los investigadores. Para que tu estudio sea publicado tendrás que desembolsar una cantidad de dinero que dependerá de la calidad de la revista, es decir de su índice de impacto. Dentro de la comunidad científica, esta metodología de “hacer ciencia” genera mucho estrés, ya que los científicos entramos en un bucle de competitividad por publicar más y mejor. Además, en la mayoría de los grupos de investigación la continuidad de la financiación que se obtiene de fondos públicos o privados, depende de la puntuación que tengan las revistas en las que se publica. Esto es lo que se conoce entre los investigadores como “Pública o muere”. Lo que añade mucho más estrés a esta difícil carrera de fondo que es la ciencia. De igual manera, tenemos que tener en cuenta, que la elección de los estudios científicos que se publican está sesgada por los intereses de los grandes inversores de las revistas científicas, sin tener en cuenta las necesidades reales de la sociedad.

Los resultados de las diversas investigaciones del mundo tienen un destino final, ser publicados en revistas científicas.

Pero a pesar de todo este enrevesado sistema que conlleva investigar, los científicos seguimos al pie del cañón en esta etapa de incertidumbre, caos y pandemia que se ha desatado en pleno 2020. En la que se hace más notable la falta y la necesidad de ciencia en nuestra sociedad. Pero no solo de esa ciencia que permite la creación de nuevas vacunas o de nuevos sistemas de diagnóstico. Cuando se habla de ciencia o de científicos, inmediatamente a todos se nos viene a la cabeza un señor (si un hombre, desgraciadamente no se nos suele venir a la cabeza una mujer) con bata, pelos alborotados, gafas y rodeado de utensilios y recipientes de los que sale humo. Pero la ciencia va más allá de un laboratorio de biología molecular donde los investigadores nos rompemos la cabeza para entender cómo la molécula X interacciona con la molécula Y. La ciencia son las matemáticas y la informática que nos ayudan a generar modelos matemáticos y programas de ordenador que nos permiten por ejemplo predecir y evaluar de manera más certera la evolución de una pandemia. La ciencia es la investigación en humanidades, sociología, psicología, derecho, política, ingeniería, física, periodismo, telecomunicaciones, filosofía, arqueología y como no economía; que nos ayudan a establecer las bases y los conocimientos necesarios para enfrentarnos a los problemas de la vida cotidiana pero también a los nuevos problemas que emergen. Ya que una pandemia no es solo un problema sanitario, también es un problema social que trastoca todas nuestras vidas, es un problema económico que azota nuestras situaciones laborales, es un problema productivo que paraliza toda nuestra industria, es un problema de salud mental provocado por el miedo y la incertidumbre que generan las noticias y bulos que no ayudan en nada a sobrellevar de la mejor manera posible el confinamiento.

«…los continuos recortes que ha sufrido la ciencia en nuestro país a lo largo de los años y de las pésimas condiciones laborales a las que nos tenemos que enfrentar los jóvenes investigadores…»

Para poder entender la enorme necesidad de ciencia, y de hacer caso a esa ciencia, que existe os pondré un pequeño ejemplo. En 2007, un grupo de investigadores chinos ya advirtieron del gran problema que podrían generar la familia de los coronavirus (SARS-CoV) en cuanto a salud pública se refiere. Este y muchos otros estudios surgieron a partir de la epidemia del SARS en 2003, la que había sido hasta el momento la mayor epidemia del siglo XXI. En esta publicación se identifican las estrategias que se deberían abordar para evitar una nueva epidemia entre las que se encontraban: un mayor conocimiento sobre la transmisión de estos virus, una inversión para desarrollar pruebas efectivas de diagnóstico o mejora de los protocolos insuficientes en la actuación sanitaria. Este estudio ya advertía hace 13 años de la alta probabilidad de que una nueva epidemia se desatase. ¿Y que hicimos como sociedad? Darle la espalda y guardarlo en un cajón, infravalorando la labor de los científicos.

Y si hablamos de infravalorar la ciencia, podría citaros miles de ejemplos que lo demuestran. Durante esta crisis se han hecho multitud de listados con servicios esenciales que no deberían cesar su actividad. Entre ellas no está la ciencia. La mayoría de los centros de investigación del país, a excepción de los dedicados a la investigación del coronavirus, están parados, con sus laboratorios vacíos, sin avanzar en la investigación de otras enfermedades que siguen amenazándonos. Porque cuando todo esto pase, porque pasará, la gente seguirá muriendo de cáncer, nuestros abuelos seguirán padeciendo alzhéimer y nuestros hijos seguirán naciendo con enfermedades raras. Y nosotros los científicos habremos estado un tiempo valiosísimo en nuestra casa sin poder hacer nada para remediarlo.

Por no hablar de los continuos recortes que ha sufrido la ciencia en nuestro país a lo largo de los años y de las pésimas condiciones laborales a las que nos tenemos que enfrentar los jóvenes investigadores. Porque en este país es legal realizar un doctorado de investigación de 4 años sin cobrar un euro, es legal trabajar 10 y 12 horas diarias en investigación sin que nos paguen ni una hora extra, porque se asume que somo científicos y que nuestra vocación está por encima de los derechos laborales de los trabajadores. Sin mencionar que un científico logra estabilizarse a los 50 años, después de haber pasado su vida saltando de contrato en contrato temporal, de país en país, sin ninguna garantía de estabilización; y todo por la ciencia.

Eso sí, ahora que se ha desatado la pandemia, nos acordamos de los investigadores, pero es que ni por esas se nos está valorando. Se está contratando estudiantes de enfermería y medicina, servicios de limpieza, reponedores, servicios de atención al domicilio… pero… ¿investigadores? A los investigadores se nos está pidiendo que nos ofrezcamos voluntarios para ayudar en la realización de las pruebas diagnósticas. Voluntariado al que nos hemos presentado más de 30.000 voluntarios para ayudar en las tareas de diagnóstico y que todos estamos encantados de colaborar y poner nuestro granito de arena. Pero una vez más se nos infravalora y menosprecia haciéndonos creer que nuestro trabajo es vocacional, y como tal debemos de darlo todo sin recibir nada a cambio. Yo todavía no he oído aplausos por el becario o estudiante pre-doctoral, que cobra un sueldo ridículo al mes y que hace jornadas maratonianas en esos laboratorios que aún están funcionando. Ni por los informáticos y los matemáticos que desarrollan los algoritmos para predecir la evolución de la pandemia de la manera más precisa posible. Y siendo tan necesaria nuestra función se nos sigue invisibilizando y metiendo nuestro trabajo y esfuerzo en un cajón.

Lo que en estos momentos podéis estar pensando es… Pero Laura como si ya hace 13 años se tuvo certeza del problema que se nos venía encima ¿por qué nadie hizo nada? ¿Por qué no se han aunado fuerzas para potenciar la ciencia? ¿Por qué no se le ha dado la ciencia la posición que se merece dentro de nuestra sociedad? La respuesta es muy sencilla. La ciencia no genera beneficios en un corto plazo de tiempo. La ciencia es lenta, necesita de mucho tiempo para generar posibles respuestas a los problemas planteados, se deben invertir mucho dinero y esfuerzo para poder generar conocimiento de calidad. Como dice el Dr. Luis Enjuanes, virólogo y director del laboratorio de coronavirus del CNB-CSIC, “la ciencia se cuenta pronto, pero se tarda mucho en construirla”. La ciencia no tiene respuestas absolutas. Ya que los investigadores no pueden dar soluciones a medias, tienen que tener la certeza de que lo que están transmitiendo a la sociedad es verdad. Por ello, muchas veces cuando se nos pregunta a los científicos que para cuando la vacuna para el coronavirus, la cura contra el cáncer o el tratamiento para el alzhéimer; nuestra respuesta es simplemente “no lo sé”. Porque no podemos dar una respuesta a algo que no se ha confirmado por el método científico. Por eso, la ciencia no es rentable a corto plazo, y por eso la inversión y la importancia que se le da a la ciencia en la sociedad no es suficiente.

 La ciencia no genera beneficios en un corto plazo de tiempo. La ciencia es lenta, necesita de mucho tiempo para generar posibles respuestas a los problemas planteados, se deben invertir mucho dinero y esfuerzo

Con todo esto lo que quiero es sacar a relucir que ya es hora de que la sociedad sea consciente de la enorme necesidad que existe, no solo de invertir en ciencia, sino de escuchar a los investigadores, de darles visibilidad y de hacer valer su trabajo.

No pedimos ser más que nadie, solo que se reconozca nuestro trabajo.