¡MUCHAS FELICIDADES, DON GONZALO Y Dª MARÍA LUISA EN VUESTRO 90 CUMPLEAÑOS!

 ¡Cuántos buenos recuerdos nos evoca esta fotografía!

Parece que los años no han pasado por vosotros.

Los muy jóvenes no los conocéis, los que somos un poco más mayores los recordamos con agradecimiento. Fue el médico de nuestro pueblo desde 1946 hasta 1973. Y con nosotros vivieron sus hijos.

Desde esta página web y desde Mecerreyes, nuestro recuerdo más agradecido y entrañable para esta pareja que estuvo tantos años con nosotros sirviendo con cariño y profesionalidad. Ahora disfrutan una merecida y bien ganada jubilación junto al Mediterráneo, en Alicante.

¡Que vuestra vida se siga llenando de sonrisas y de buenas noticias! ¡Que seáis muy felices!

¡GRACIAS POR TODO!

 

Aprovechamos esta ocasión para rescatar de la Revista Mecerreyes la colaboración que Don Gonzalo nos envió en el año 1986, y le invitamos de nuevo, si desea mandar cualquier colaboración a la página Web.

 

Revista “Mecerreyes”, numero: 6 – Año II – 1986, páginas: 6, 7 y 8. Ilustraciones: Luís Carlos Cuevas.

 

MI LABOR DE MÉDICO. Por Don Gonzalo García Zuazo.

El equipo de redacción de esta magnífica Revista, me pide si quiero colaborar en sus páginas relatando mi experiencia en las dos facetas tan distintas que me ha tocado vivir como vecino de esa villa: Médico y Alcalde.

No puedo negarme a la petición de ese grupo de jóvenes entusiastas que, sin ser profesionales del periodismo y sin apenas medios económicos, ha hecho posible esta genial y admirable idea de llevar al hogar de los guiletos –se encuentren donde se encuentren- por medio de la Revista, el humor y las noticias, buenas o malas, que van ocurriendo en el pueblo y que de otra manera no llegarían a conocerse.

 

Empezaré narrando “a groso modo” mi labor profesional como Médico Titular desde el 1 de Diciembre de 1946 al 22 de Septiembre de 1973, casi, casi 27 años. Llegué soltero, al poco tiempo me casé pasando a vivir en casa de la difunta Sra. María, a la que se conocía como casa del médico, por haber vivido allí también mi antecesor Don Carlos, y yo hasta que marché. En esta casa nacieron tres de mis cinco hijos y allí sudamos mi mujer y yo la gota gorda para procurar tener el jardín lo más bonito posible.

Mis primeros años como profesional fueron duros, debido a que por entonces los médicos estábamos prácticamente aislados, teniendo que resolver solitos casi todos los problemas que se nos presentaban.

Había que hacer de médico general: la pequeña cirugía y traumatología; de dentista sacamuelas; de practicante; de tocólogo, ya que lo normal era dar a luz en casa y, por mis tantos años de permanencia, hube de ayudar a parir. Todo ello durante los inviernos visitando por calles intransitables llenas de barro, por lo que teníamos que echar mano de las famosas almadreñas, con lo que llevábamos los pies más calentitos y evitábamos estropear cada mes un par de botas o zapatos.

Los primeros años visitaba los anejos en bicicleta o a patita, cuando la nieve o el hielo te impedían usar el velocípedo, y días con temperaturas tan frías que el famoso cierzo te helaba el aliento tan pronto asomabas las narices hacia el “Cirigüeño”.

Durante los veranos, eran frecuentes las infecciones gastrointestinales en la infancia que se transmitían a través del agua de bebida, de la del riego por las hortalizas consumidas en crudo y de las moscas. Hoy en día con el abastecimiento de agua potable a domicilio, la evacuación de aguas residuales, la disminución de las moscas por la eliminación de los establos y cochineras de las viviendas, apenas se ven esas diarreas, que eran causa de gran mortalidad entre la grey infantil.

Durante los meses fríos, eran frecuentes las anginas y bronquitis entre la gente menuda y las famosas pulmonías entre la juventud y personas adultas, con su cuadro típico de: escalofríos, fiebre alta, dolor de costado, tos y expectoración sanguinolenta y que desde el empleo de los antibióticos no hemos vuelto a ver.

De las enfermedades que el hombre adquiere por los animales domésticos, las que veía con más frecuencia eran: el carbunco y las fiebres de malta. El primero lo adquirían al desollar los animales muertos de esa enfermedad o por las picaduras de los tábanos que habían tenido contacto con animales enfermos o con los cadáveres depositados sin enterrar en “Carredondo” o en el “Bardal”. Entonces se les trataba con suero anticarbuncoso y aún recuerdo los malos ratos que nos hacían pasar los enfermos por las fuertes reacciones alérgicas que a los pocos días les producían. Las fiebres de malta eran transmitidas por las cabras, ovejas y menos por las vacas. Como cabras y ovejas había un montón, fácil es comprender lo extendida que estaba esta enfermedad y las secuelas que a los afectados les dejaba.

De los traumatismos laborales eras muy frecuentes dos lesiones que afectaban a la vista: la penetración en el globo ocular de partículas de acero del azadón al chocar contra los guijarros en la época de escavar y que a muchas mujeres les costó perder un ojo; digo mujeres por ser ellas las que solían realizar esta labor. Y los famosos espigazos, al pincharse el ojo con la espina del cereal durante la siega con hoz, ocasionándoles una ulceración corneal que les impediría más tarde una visión perfecta por la cicatriz residual. Ambas lesiones han desaparecido prácticamente por haber desaparecido también esas dos ingratas labores agrícolas.

Antes de terminar, quiero tener un recuerdo de gratitud a tres personajes que tuvieron parte en mi larga vida profesional y que desgraciadamente un día nos abandonaron. Me refiero al matrimonio Zacarías-Jacinta, que con tanto cariño me acogieron en su casa hasta que me casé, tratándome como un hijo más. La Sra. Eufemia, la comadrona, quién con esa dulzura y paciencia que Dios le había dado, me ayudó a solucionar muchos partos en las largas y frías noches en la meseta castellana. A Don Jaime Díez, el compañero ejemplar y hospitalario, que en su casa y al calor de la gloria, pasábamos las tardes festivas reunidos todos los funcionarios con sus respectivas mujeres, jugando la partidita o en amena charla.

Mecerreyes, como muchos pueblos castellanos, iba perdiendo vecinos por la emigración hacia los centros industriales, y como se me quedaba pequeño el partido, marché en septiembre del 73 a tierras levantinas. Ahora me encuentro en Alicante disfrutando de una merecida jubilación, después de 40 años de ejercicio profesional.

En otra ocasión trataré de mi experiencia como Alcalde de Mecerreyes a finales de los años 60.

Un afectuoso saludo a todos los vecinos.

 

 

 

Por nuestra parte, Don Gonzalo, sólo nos queda darle las gracias por su colaboración y sobre todo por “su buen hacer” en Mecerreyes. GRACIAS.