Poco a poco la gente, vestida con sus ropas de fiesta, fue acercándose en lento ascenso hasta los alrededores de la iglesia parroquial. Allí, aunque el día amenazaba lluvia, los hombres esperaban con sus capas al hombro y las mujeres con sus abrigos buenos a la salida de san Martín. Los acordes del himno hicieron que los presentes se pusieran en pie y que la espera tocara su fin.

La comitiva salió de la iglesia y fue calle abajo. Casi doscientas personas quisieron hacerse presentes el día de la fiesta por excelencia; algunos hasta pidieron el día libre. Se hacía notar que no era festivo; la gente joven, con gran dolor, tuvo que ausentarse y seguir trabajando, pero el espíritu estaba con san Martín en el pueblo.

El paso lento y vacilante de las andas daba calor a las calles del pueblo. La neblina se iba haciendo agua y una imagen del pasado parecía recorrer el ánimo de los presentes. Sin detenerse lo más mínimo regresaron a la iglesia acompañados de sones de jotas y vivas al santo.

La Misa dio comienzo. El ambiente de fiesta se dejó notar desde el inicio: los latines, las canciones nuevas, las autoridades, el incienso, los sacerdotes en el Altar… Una ceremonia digna de tan querida e importante fiesta para los guiletos.

Con el corazón henchido por las emocionantes y las sentidas palabras del predicador los asistentes se dirigieron a dar buena cuenta del vino español. La cordialidad, el respeto, la alegría, el diálogo amistoso y fraterno, llenaron las paredes de la remozada escuela. No quedó nada en las mesas.

Ya con el estómago satisfecho y el corazón alegre, sólo faltaba templar las piernas; a ello se pusieron de inmediato y empalizados en el bar de la Villa, los pasodobles resonaron. Y se olvidaron achaques, lumbalgias y cojeras. Todos se pusieron a bailar recordando aquellos añorados años en los que el baile era parte esencial de la fiesta. Tan contentos acabaron que no dejaron descansar a los músicos hasta bien entrada la tarde.

Tras un descanso algunos fieles subieron a la iglesia para orar y dar gracias ante Jesús sacramentado por todos los beneficios del último año. La oración dirigida por mediación de san Martín hizo de calmante de muchas penas y de soporte de muchas más alegrías.

Y a media tarde, más baile, más fiesta. Así llegó la noche, ¿y quién lo diría?, los más mayores son los que más aguantaron, los que más “trasnocharon”. Por un día se sintieron jóvenes y se olvidaron de sus dolores.

San Martín, gracias por haber hecho este fantástico milagro.